Por el Comité editorial de Panamá
La infertilidad a veces puede ser un camino largo que nos lleva por la amargura y decepción a alejarnos de nuestros seres queridos y hasta de nosotros mismos. Nuestra psicóloga de la Unidad de Apoyo Psicológico, la Lic. Ana Cristina Angelkos, nos describe su historia, su camino por la infertilidad.
Después de tener un primer embarazo que nos tomó por sorpresa, casi perfecto, pero que se interrumpió súbitamente a las 34 semanas para salvar la vida de mi bebé, el sólo pensamiento de un nuevo embarazo me resultaba traumático. Tenía una hija que había estado en riesgo de no vivir y la experiencia había sido demasiado dura como para repetirla muy pronto.
Dos años después, con miedo y miles de exámenes en mano, decidimos intentarlo nuevamente. Tras una leve espera vino un segundo embarazo, que inexplicablemente se perdió a las 8 semanas. Esta experiencia sumó más vivencias traumáticas en mi haber. Al no detectarse latido en mi bebé, decidí esperar y dejar que la naturaleza siguiera su curso, pensando que podría tomar muy pocos días.
Pero no. Días se convirtieron en semanas, en que yo por ignorancia pensaba que ya todo había terminado, y finalmente una tarde de octubre me tocó vivir la difícil experiencia de un aborto espontáneo. Asustada, sin saber qué hacer, continué con mí día a día… o eso creí yo.
Años después de esta primera pérdida, ahora puedo ver que estuve MAL por mucho tiempo (sí, ¡a pesar de ser psicóloga!). Pero me era difícil verlo. Nunca se me ocurrió ver un terapeuta o hablar de esto con nadie: no mi esposo, no mi familia, no mis amigas de toda la vida…nadie. Me encerré en mi propio mundo de amargura y de temor. Mi relación de pareja se deterioró, mi paciencia con los demás se acortó, me incomodaba saber o ver que la gente seguía embarazándose y teniendo hijos y yo no; me refugié en el trabajo, en el trago, en la comida y en nuevas amistades pues dolía mucho ver que aquellos cercanos a mí no podían ver ni entender mi dolor y seguían con sus vidas.
Creo que hubo momentos en los que incluso llegué a plantearle a mi esposo el separarnos… me sentía sola, enrabiada, alejada y que él no podía verme o entenderme. Creo que ese tiempo, que pudo ser como un año, él se volcó completamente en nuestra hija (¡Afortunadamente!) y desarrolló con ella un vínculo súper especial, que posiblemente fue lo he me hizo no tirar todo por la borda… verlo con su adorada niña.
El tiempo transcurrió….
Dos años más tarde, más intentos de embarazarme: ciclos calculados, inyecciones, exámenes… yo muy emocional y desbordada pues al ser una persona sumamente ordenada y controladora, no podía asimilar cómo esto que quería tanto no lo podía conseguir.
Recuerdo una tarde en enero o febrero de 2014 en que mis dos ginecólogas estrella (¡ellas saben quiénes son!) tras medirme una vez más tamaño de folículos y demás, y al ver mi cara de frustración porque lo observado no era lo esperado, me sentaron y me hablaron de manejar mejor mi ansiedad, de poder tranquilizarme, retomar hábitos de vida más saludables.
Creo que en todo este caminar de 3 ó 4 años fue la primera vez que lloré por este asunto. En ese momento comprendí que, si no trabajaba en mí, jamás conseguiría ese embarazo y que incluso arriesgaba a perder la familia que ya tenía pero que estaba ignorando. Y ahí me propuse un cambio.
Comencé a hacer ejercicio, a comer bien, a intentar mejorar mi relación con mi esposo, con mi familia, a retomar la comunicación con mis amigas… empecé a trabajar en mí. Seguí en chequeos, inyecciones y demás, hasta que en junio de 2014 estando de viaje con mi esposo, una prueba de embarazo da positiva. ¡Al fin! ¡Lo logramos! Todo iba arreglándose y encontrando su sitio “natural”.
Seis a siete semanas después, un nuevo golpe: no había embrión en la bolsa. Esta vez decidí que no quería dejar las cosas a la naturaleza; tras una intervención poco agresiva en unos pocos días todo había terminado. Pero esta vez no me sentí lo vacía, lo sola o lo triste que la primera vez. Me sentía más cerca de mi esposo, de mi familia, de mis amigos, y mi actitud era diferente; no sé si más positiva o esperanzada o pragmática pues ya había pasado por esto una vez; el cuento es que estuve más tranquila y decidimos pronto intentarlo nuevamente. Vengan más exámenes, más médicos, más inyecciones… pero nada.
La buena noticia
Llegaba diciembre de 2014 y tomamos la decisión de no hacer nada más de tratamiento hasta pasadas las fiestas, pues queríamos relajarnos y desconectarnos. Programamos un viaje para principios de diciembre, y mi esposo se adelantó por temas de trabajo.
El día antes de viajar voy a cita de control con mi ginecólogo y su primera pregunta es: “¿tú te has hecho una prueba de embarazo?” A lo que respondo “no, cómo así, para qué si tuve una regla abundante y me mandaron a tomar estas pastillas y de paso sigo sangrando”. Su respuesta fue: “aquí se ve un saco de 5 – 6 semanas, que corresponde con tu fecha de última regla… corre YA a hacerte la prueba y vete a tu casa, acuéstate y te llamo”. Seguí indicaciones, aunque un poco incrédula y al llamar a mi esposo le digo entre risas “creo que no hay viaje porque “parece” que estoy encinta”.
Dos horas después me llama el doctor a decirme que estaba “embarazadísima”, pero con riesgo de pérdida, que debía guardar estricto reposo en cama hasta nueva orden. Allá iba mi esperanza de un “diciembre tranquilo”. Un mes después poco a poco me fui reincorporando a mis actividades, aunque siempre un poco limitada y cuidadosa.
Tras 38 semanas de sustos, monitoreos, ultrasonidos y exámenes (¡menos mal mi cuñada es ginecóloga sino esto hubiera costado como el cuádruple en ultrasonidos!), teníamos en brazos al “macarroncito”, un niño que contra mucho pronóstico nació sano, a término, gordo y para nosotros, perfecto.
Hoy, dos años y ocho meses después de haberlo conocido por primera vez, puedo decir que todo el esfuerzo, el sufrimiento, el dejar el pellejo en el camino, el crecimiento…. ¡Valieron la pena!
Superar la infertilidad
Vivir con infertilidad es algo duro, que te cambia la vida y la perspectiva para siempre. Que se vive en solitario pues da vergüenza (aunque no tiene por qué darla), que duele en el alma y que no sabemos cómo lidiar. Pero también es una oportunidad de crecer, de conocerse, de buscar rutas alternas y de luchar por lo que se desea con el corazón. Por mi experiencia con ella fue que decidí dejar atrás una carrera de años en un sitio estable para poder comenzar a hablar de este tema, para que otras mujeres y familias puedan hablarlo también. Esta experiencia me marcó la vida y me hizo ver que necesitamos hablar más de ella pues es más común de lo que pensamos. Necesitamos apoyarnos las unas a las otras en este camino para transmitir ese mensaje de que hay esperanza y que grandes cosas llegan a quienes luchan y saben esperar.
Recuerda siempre buscar apoyo de un profesional cuando sientas que no lo puedes hablar con tu familia. En IVI Panamá contamos con la Unidad de Apoyo Psicológico que puede acompañarte durante el tratamiento, esto les ayudará a reducir la ansiedad y enfocarse en su sueño, ser padres.
Los comentarios están cerrados.